El cuerpo de Miyama quedó yerto y, poco a poco fue perdiendo fuerza. Como cuando una pelota de
baloncesto se desinfla. Manteniendo la presión del dedo índice sobre el punto en la nuca del hombre, lo tendió boca abajo sobre el escritorio. Los ojos estaban abiertos, aún con expresión de sorpresa. Parecía que hubiera sido testigo en el último momento de algo enigmático e inaudito.
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