Hacía tanto calor ese verano. que la tristeza se pegaba a mí como brea en los zapatos...
yo sabía que mi padre se moría, era inevitable y doloroso, esa impotencia cruel de no decirnos
la verdad, que yo sabía que él sabía que iba a morir... yo tenía veintiún años y sentí que mi deber como hija mayor era hablar con él y no tuve valor. Ver a mi madre abandonada a él
mientras, el grupo de los cuatro nos mirábamos huérfanos viendo zozobrar el barco sin remedio.
Después pasaron otros veranos menos crueles y fui midiendo mis logros y errores con aquéllo.
Ahora cuando siento ese vacío en el estómago pienso que es tan poca cosa...
como la mano del niño que ahoga a un gigante.
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